FIN DE SERVICIO

Es de noche. Una noche clara y despejada, pero la luz artificial no deja divisar las estrellas. El último servicio; después a casa a descansar. Dormir de día. Desayunar por la tarde. Trabajar por la noche. Tiene que llevar a los obreros del turno de mañana a la fábrica. El autobús es un viejo. Un cascarón herrumbroso al que le quedan contados viajes. La máquina de café es su eterna compañera. Busca monedas en el bolsillo. Esta noche ya es el cuarto. No ha caído la cucharilla y lo menea para disolver el azúcar sin que se desborde. Las llaves están colgadas en fila esperando su turno. El llavero del autobús es un raído trozo de madera en el que algún día estuvo inscrita el número de la matrícula, ahora indescifrable.
Todo está conjuntado; el conductor que le queda un último servicio para jubilarse y el autobús que tiene dos, de sus cuatro ruedas, en el desguace. Unos compañeros se acercan a saludar. Bromean, como siempre. Se dirige a la oficina a hablar con el encargado de organización de rutas. Sale, pero en vez de dirigirse al autobús vuelve a la cafetera. Hay tres personas más, todos conductores, y comienzan a hablar.
El encargado de organización de rutas sale despavorido de su oficina y entra a toda prisa en el despacho del encargado general. Desde la cafetera los conductores observan la curiosa escena y ríen.
El encargado general es el hijo del fundador de la compañía de autobuses. Es una persona recta que dirige con mano firme su negocio. A sus treinta y un años se ha convertido en un receloso empresario. El encargado de organización de rutas es veinte años mayor que él y le tiene un respeto que más bien podría ser clasificado como temor.
Temor que se acentúa cuando expone que el viejo autobús que debe llevar a los obreros del turno de mañana a la fábrica no va a poder realizar el servicio. El encargado general monta en cólera. En vez de buscar una solución empieza a despotricar contra el encargado de organización de rutas, el desvencijado autobús y el conductor que lleva al servicio de la empresa más de cuarenta años.
Por fin el encargado general se calma y el color de su rostro vuelve a ser humano. Se pasa las manos por la cabeza varias veces y acaba por tranquilizarse. El encargado de organización de rutas lo mira perplejo.
-Señor, el autobús sólo necesita repostar un poco de gasoil.

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