Al principio atribuí aquella oscuridad a las primeras horas
del amanecer, pero más tarde constaté que el día estaba nublado. Por fin la
temperatura refrescó un ambiente bochornoso. Decidí dar una vuelta en bicicleta
por el paseo marítimo. Observé indiferente el vaivén uniforme de las olas de un
mar en calma.
Me llamó la atención
lo que ocurría en el aparcamiento de un bloque de apartamentos de verano. Dos
hombres afianzaban la carga en la baca de sus respectivos vehículos, pero lo
que me llamó la atención en sí no fue esa acción sino las tímidas lágrimas que
brotaban de sus ojos. Di por supuesto
que era el fin de sus vacaciones familiares y como ellos me encontraría muchos
más a través del recorrido de mi paseo en bicicleta.
Una nueva escena me impactó. Dos mujeres se despedían
abrazándose emocionadas mientras las rodeaban sus maridos e hijos. Comprendí
que era el fin del verano, aunque todavía no. Pero la melancolía me alcanzó al
imaginar que al cabo de dos meses el paseo marítimo estaría vacío y mis chancletas
a buen recaudo en el interior del armario de plástico que utilizo para las
cosas de la playa. En fin: mañana a trabajar. Ánimo.