IONKI

Traspaso los días de la forma que puedo. Intento mantenerme al margen. Quiero abandonarla. No acordarme jamás de ella. Aún así sus recuerdos vuelven a golpearme. No hay manera de conseguirlo. Una vez estuve a punto de matarme, de acabar con todo y por fin liberarme de ella. Imposible. Siempre vuelve a llamar. Su sed me resucita. Vuelvo de nuevo a caminar vacilante al borde del precipicio. Pasar otra vez de la vida a la muerte en cuestión de horas. Quizás es eso. A lo mejor es cierto, pero el tropiezo sólo me destruye a mí. De nuevo la noche tarda casi un año en hacerse día. La tierra ralentizada. La gente también. Yo cayendo a una velocidad de vértigo sin apoyo. Más suerte al llegar el día. Todo se acelera y mantiene la misma presteza que mi paso. Esta mañana es igual que todas, pero yo no. Mis hojas están caducas y se niegan a caer, quieren morir en mí. Yo se que moriré si consigo expulsarla de mi interior. Por eso me aferro a la vida y me vuelvo a consumir. El tiempo se difumina entremezclándose en colores que diferencian la claridad de la funesta sombra. Me derrito y vuelvo a formarme para volver a derretirme. Ya no tengo fuerza, hace mucho que no la tengo. Soy como una máquina cubierta de piel y venas perforadas que respira sin saberlo. Hay alguien a mi lado como yo. O por lo menos eso supongo. Somos tantos… Mientras el calor me protege acaricio mi cuerpo o lo que queda de él. Ella me lo ha arrebatado. Aún así mi renuncia queda muy lejos. El calor corre dentro de mí. Hace tiempo que soy un reflejo de mí mismo carente de personalidad. Siempre me arrastro y de vez en cuando me levanto para caer y volverme a arrastrar. Creo que me comprendéis, aún así estáis lejos de hacerlo. Estoy enfermo, pero de placer. A menudo tengo frío y consigo como sea el calor. Vuelvo a cabalgar entre sus brazos huyendo de esta ruina que rodea mi vida. Soy un ciego en el país de los tuertos. Todo me da igual porque ya no soy un ser humano. Pertenezco a otra especie, una que lucha por sobrevivir de una manera más real, necesaria. Ya no me preocupa el bien material. No lo necesito. Cumplo con mi obligación a diario y le rindo mi tributo al calor. No importa quien eres, simplemente dame lo que tienes. Me temes y me das tu reloj y la cartera. Dejo de apuntarte con la aguja infectada del virus de la muerte. Yo ya estoy muerto, por si no lo sabías. No tengo nada que perder. En cambio, tú sí. Huye y díselo a los demás. Así me ahorrarás el trabajo. Hay gente que escucha lo que le dicen. A mí me hablas y no te escucho. No puedo. Soy un animal irracional y no puedes esperar nada de mí. A veces viene alguien que dice que me va a salvar, pero estoy perdido. Antes era tierra de cultivo, ahora un lodazal cubierto de salitre. No pierdas el tiempo. Si quieres ayudarme consígueme el calor y haz que nunca vuelva a pasar frío. Pero me dice que el frío es necesario. Ya no nos entendemos. Me vuelvo a encerrar en mi interior y corro todos los cerrojos. Llamas a mi puerta, pero aunque te dejes los puños aporreándola no te abriré. He conseguido ahondar tanto en mi interior que a veces no puedo encontrar el camino de regreso. Así me paso semanas perdido. Luego, un segundo de lucidez. Me horrorizo. Después, calor. Casi a diario pienso que ya estoy muerto, que por fin todo a terminado. Entonces el frío se apodera de mí. Me doy cuenta que todo es una rutina. Que siempre necesitas algo. Yo tengo este problema, pero se puede diversificar en los demás. Adictivos. Da igual a qué. En el fondo no me siento tan dispar. Por lo menos yo no me escondo.
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