LA MISTERIOSA DESAPARICIÓN DEL CÉLEBRE ESCRITOR ELISENDO CAMPS



Elisendo se preparó a conciencia las respuestas para la entrevista. A causa del éxito de su último libro estaba en boca de todos los medios de comunicación. La emisora de radio que le había invitado tenía una filosofía muy distinta a la del autor consagrado y Elisendo se temía lo peor. Llegó una hora antes en taxi y acompañado de su agente. Claudia había apostado por él desde el principio y ahora recogía los frutos de manera desorbitada. Después de la amarga entrevista fueron a desquitarse a un restaurant de moda en el centro de la ciudad.


-Que mala es la envidia.-Comentó Elisendo.


-Sí, pero tu entrevista les ha hecho subir audiencia.


-Pero me ha destrozado, Claudia.


-Tranquilo. Mira los datos de las ventas de tu libro para animarte.


Claudia le extendió un documento donde estaban registrados los datos del último mes.


-No veas.-Dijo Elisendo.


Después de comer Claudia se despidió de Elisendo delante de casa de éste. Aún seguía viviendo en el barrio de siempre, aunque ya estaba buscando una finca en una lujosa zona residencial. Antes de que el taxi arrancara, Elisendo, dio unos golpecitos en la ventanilla. Claudia la bajó.


-¿No quieres subir a echar la siesta?


Claudia sonrió y negó amablemente con la cabeza.


-Tengo trabajo, cariño.-Y subió la ventanilla mientras lo miraba y el taxi arrancaba.






Elisendo entró en casa. El suelo estaba repleto de cajas empaquetadas. Lo tenía todo preparado para la inminente mudanza. En el centro de la salita sólo conservaba una mesa y una silla. El piso era oscuro, pero bien distribuido. Encima de la mesa estaba el portátil siempre listo para plasmar las ideas. También una libreta de notas y un bolígrafo. Entró en la habitación y se estiró en la cama. Le vinieron a la cabeza varias historias con las que trabajar, pero estaba cansado y, por el momento, no le hacía falta escribir. Meditó cómo había conseguido el éxito. Todo gracias a aquella descabellada idea de escribir sobre una versión de la Biblia. Todo ocurrió una noche que se hospedó en un hotel que, a imitación a los de Estados Unidos, obsequiaba a sus inquilinos con una copia del libro sagrado sobre la mesita de noche. Elisendo lo ojeó por encima. No estaba muy interesado en su lectura. Pero anotó un poco de aquí y un poco de allá y confeccionó una novela de éxito mundial. Nada de lo que había escrito antes tuvo ni la más mínima resonancia, a excepción de un par de relatos publicados en una revista literaria dirigida por un amigo de la infancia. Pero de repente se encontró con aquel manuscrito que quemaba en las manos de los editores que lo recibieron. Después llegó Claudia. La reina de las negociaciones con aquellos empresarios del papel. Y Elisendo acertó al confiar en ella, ya que aquella novela lo hizo millonario y famoso en el mundo entero.


Se dio cuenta de que en realidad estaba solo. Consideraba que no tenía familia, aunque todavía le quedaba un sobrino del que nunca tuvo noticias. Esperaba tenerlas al ser famoso, pero aquel chiquillo nunca dio señales de vida. Elisendo hizo un esfuerzo para levantarse de la cama, pero se quedó dormido. Un sudor frío se apoderó de él, causado por un sueño que lo mantenía en vilo. De repente aparecía desde la otra parte del mundo un hombre menudo vestido con un poncho y un sombrero de vaquero, con los derechos de su obra en la mano. Con una fecha de registro anterior a la suya. El sudor resbalaba por su cuerpo empañando las sábanas. Despertó de golpe como si una mano le obstruyera la boca y la nariz impidiéndole respirar. Miró el reloj. Había dormido dos horas de siesta. Mientras se dirigía al lavabo hizo un alto en la mesa y anotó en la libreta algunos datos del sueño. Siempre lo hacía cuando éste le causaba una fuerte impresión. Después tomó una ducha. Se vistió y conectó el portátil. Navegó por las páginas dónde pudiera encontrar reseñas de su novela y leyó los comentarios de los lectores. Cuando encontraba alguno que no le gustaba contestaba de manera agresiva haciéndose pasar por un usuario anónimo. Después votaba fraudulentamente en todas las encuestas sobre su novela e incluso pedía información para hacerse con ella desde un lugar remoto. Después entraba en su página para deleitarse con la gran cantidad de visitas recibidas y por último abría el correo. Tenía un buzón sólo para los admiradores en los que se agolpaban miles de mensajes a diario. De un solo clic los borraba. Luego repasaba los de cierta importancia, pero los únicos mensajes que le interesaban eran los de Claudia y sus constantes buenas noticias.


Sonó el móvil. Dentro de diez minutos lo recogería un taxi para ir a cenar. Aquella noche tocaba velada literaria. A Elisendo le gustaban este tipo de actos porque así podía refregar su éxito ante los demás de manera más directa. Claudia siempre lo acompañaba y lo frenaba cuando se sumergía en el éxtasis desbocado por su fama. Aquella noche se podía considerar un autor novel ante tantas figuras y leyendas de la literatura reunidas en aquella cena. Rezumaba en la sala una fuente de sabiduría y pasión por las letras. Incluso habían asistido un par de figuras octogenarias que aún lucían despejada la mente. Pero el aura de Elisendo hacía que todo tomara un aspecto más espectacular y glamouroso.


Grupitos de editores y agentes se pavoneaban en torno a él y Claudia, intentando llamar su atención. Incluso hubo alguien que le pedió un autógrafo sin necesidad. Después de aquella velada Elisendo se instaló en una nube purpúrea. Se sentía levitar sobre el resto de los mortales. Había conseguido lo que cualquier escritor anhelaba toda la vida. Aquella noche la pasó hasta el amanecer en el apartamento de Claudia. Hicieron el amor hasta quedar rendidos. A las primeras luces del alba Elisendo miró por la gran vidriera que daba al exterior. Desde allí gozaba de una vista panorámica del hermoso centro de la ciudad. Las calles estaban vacías y sólo un camión de la limpieza que regaba el asfalto circulaba ajeno a las miradas de Elisendo.


Pasó el mes de promoción de la novela y todo, menos la cuenta bancaria de Elisendo, volvió a la normalidad. Ya no había más actos públicos y empezó a desaparecer el interés por la novedad. Claudia le recomendaba que no se dejara influir por el cambio de situación. Le explicó que era la manera natural del flujo de estos asuntos y le aconsejó que se concentrara en escribir una nueva novela. Elisendo se había acomodado y le comentó qué tal si reunía unos cuantos relatos que tenía escritos y los publicaban aprovechando el tirón. Pero Claudia le dijo que no. Ahora era demasiado importante como para no presentar una nueva obra inédita. Él dijo que se extrañaba ya que muchos lo hacen. Claudia no consintió y casi amenazante le obligo a escribir. Elisendo aceptó a regañadientes, pero no sin antes informarle de que estaría un par de meses de viaje. Disfrutaría un poco del dinero que había ganado y además recogería experiencias para después plasmarlas en su obra. Claudia estuvo de acuerdo. Entendía que lo merecía. Elisendo la invitó a que la acompañara, pero Claudia se excusó escudándose en su ajetreado trabajo. Una semana después lo acompañó al aeropuerto rumbo al Caribe. Una vez allí, Elisendo recorrió todas las islas. Incluso las costas de México y Panamá. Pasó desapercibido menos en un par de ocasiones en la que no se pudo despegar a un grupo de curiosos que no paraban de agasajarlo. Como siempre, las vacaciones pasaron rápidas. Uno no se acaba de habituar cuando ya se tiene que marchar. Nada más desembarcar en la Terminal llamó a Claudia. Ésta le dijo que no podía ir a buscarlo, que ahora mismo estaba ocupada. Él, que bueno, que no hay problema. Elisendo tomó un taxi que lo llevó hasta su piso. Decidió que ya no viviría más allí. Así que cerró la puerta y se registro en un hotel cercano con un nombre falso. Aunque tuvo que darle los datos verdaderos al director que le prometió la máxima discreción. La habitación del hotel era amplia y soleada. Contaba con un despacho y una habitación con baño. Suficiente para él. Se instaló y pidió que le subieran unos mejillones al vapor y una botella de vino blanco. En la paz y la quietud de aquella habitación del hotel se fue fraguando la idea. Elisendo se propuso escribir una nueva novela del tirón. Y así lo hizo. Trabaja unas doce horas al día y a medianoche salía a dar un paseo por las calles desiertas. El resto de la vida la hacía en la habitación. Cuando se sentía un poco vago navegaba por la red. Cada vez encontraba menos comentarios sobre él. Igual que las noticias, de las que había desaparecido por completo. Los correos dejaron de ser frecuentes. Mejor, pensó. Así su éxito sería más sonado en el momento de su aparición con su nueva novela.


Trabajaba sin descanso. Encontró el punto en que explotar su inspiración. Escribió durante una semana sin pegar ojo. Sólo le hacía falta encontrar un buen final para ligar tan estupenda trama. Decidió descansar. Se acostó en la cama y estuvo durmiendo dos días seguidos. Cuando se despertó su fuente de inspiración se había agotado. Se sentó frente al portátil y abrió el correo. Vacío. Había estado cinco meses sin consultarlo y no encontró ningún mensaje. Ni siquiera Claudia se interesó de cómo iba el trabajo. En un principio no le gusto que nadie se hubiera dirigido a él, pero inmediatamente pensó: Ya vendrán, ya.


Elisendo llevaba un año y medio encerrado en aquel hotel. Cada mes pagaba religiosamente la cuenta de la habitación, así que nadie le molestaba. Una mañana se despertó apremiado por una idea lúcida para concluir la novela. Visionaba las escenas finales como si las tuviera delante. Entonces se levantó de la cama en busca del bolígrafo y la libreta de notas. Había que escribir aquello antes de que se disipara de su mente. Apoyó el pie izquierdo en la alfombra y tomó impulso. Cuando estuvo de pie cayó al suelo de bruces. Su pierna derecha había desaparecido. Simplemente no estaba allí. No estaba cortada ni tampoco se apreciaba ningún muñón. La base dónde debería estar la pierna estaba cubierta de piel. De la misma que le cubría todo el cuerpo. Era como si la pierna nunca hubiera estado allí. No le dolía. Tampoco tenía la sensación de mover un miembro amputado. La pierna se había esfumado. Por un momento se asustó, ya que temió haber olvidado el final de la novela tras el incidente. Hizo un ejercicio de memoria y se tranquilizó al volver a visualizarlo. Se arrastró hacia el escritorio. Apoyándose con las manos logró sentarse en la silla. Pasó quince horas trabajando sin descanso. Cuando estuvo seguro de tenerlo todo atado pensó en coger el teléfono y llamar a Claudia, pero estaba agotado y arrastrándose como una serpiente se acostó en la cama. Tuvo un sueño. Caminaba por el desierto solo. Luego llegó a la ciudad. No había nadie. Caminó un poco más y en mitad de una gran avenida encontró a Claudia sentada en una mesa de despacho. Ajena a la calle desierta revisaba unos documentos. Elisendo se acercó corriendo hacia a ella. Apoyó las manos en la mesa. Ella parecía no verlo. Elisendo quiso decirle algo, pero su voz era muda y por mucho que intentara alzarla ningún sonido salía de ella. Claudia seguía con su trabajo. Al final él le cogió suavemente la cabeza con sus manos. Intentó que sus ojos se cruzaran. Parecía una tarea inútil, pero al final, cuando sus miradas se cruzaron ella sonrió y le habló: Lo siento, te he olvidado. Ahora no sé quien eres. Y empezó a reírse como una loca. Elisendo despertó empapado en sudor. Pero aquel sueño había sido intenso y tenía la obligación de anotarlo. Se giró para encender la lámpara de la mesita de noche. No lo consiguió. Su brazo izquierdo había desaparecido. Giró su cuerpo sobre la cama y la encendió con la mano derecha. Tampoco aparecía ningún corte ni señales de una pérdida traumática del miembro. Había desaparecido igual que la pierna. Se levantó de la cama y se sintió un poco preocupado. Sin una pierna podía seguir viviendo, con dificultades, pero era factible. En cambio sin una mano su trabajo se ralentizaría. Necesitaba las dos para aporrear el teclado. Entonces sucedió algo incomprensible. Vio como desapareció el otro brazo delante de sus narices. Ahora si que estaba horrorizado. Parecía un flamenco suspendido sobre una sola pierna. Aguantó el equilibrio y dando saltitos se dirigió hacia la mesita. Su pavor se agudizó al chocar el tronco violentamente contra el suelo. Había desaparecido la otra pierna. Allí tirado se arrepintió de haber rechazado el servicio de habitaciones. Lo siguiente en desaparecer fue el cuerpo. Unas horas más tardes lo hizo la cabeza. Aún así seguía consciente. Su cuerpo se había desvanecido. Había pasado de tener fama a caer en el más aplastante olvido con unas consecuencias funestas. Así pasó sus últimas horas. Con sus extremidades invisibles esparcidas por la habitación del hotel. Falleció por inanición. Como la habitación se seguía pagando nadie se preocupó por él.


Otros autores triunfaban en aquel momento y quedó eclipsado.


Incluso Claudia estaba tan ocupada que no reparó en la novela pendiente de Elisendo. Seguía con sus asuntos entre los empresarios del papel impreso. Un día mientras ordenaba unos papeles antes de salir a comer con el último autor de éxito recibió una llamada. Era un chico joven. Al principio le costaba a hablar. El tono de Claudia aún se lo dificultaba más. Parecía que la mujer le dijera directamente: Chico, desembucha ya. Yo no estoy para perder el tiempo. Claudia tenía el móvil junto a la oreja mientras caminaba por el despacho.


-¿Sí, quién es?


Por un momento el chico pensó en colgar.


-Soy Ovidio. El sobrino de Elisendo Camps.


Entonces le vino una ráfaga de recuerdos y se dio cuenta de que se había olvidado completamente del escritor.


-Ah, vaya, ¿cómo has conseguido este número?


-Buscándolo por Internet.


-Y dime, ¿qué puedo hacer por ti?


-Verá usted, hace tiempo que no se nada de mi tío. Antes encontraba noticias de él hasta en la sopa.-Y era cierto. Elisendo protagonizó un anuncio de una conocida marca de sopa aprovechando el tirón de su éxito.


-Es verdad, ¿y qué más?


-Pues, verá. Cuando acabé el bachillerato entré a trabajar en una imprenta. El destino quiso que uno de los trabajos fuera la impresión del último libro de Elisendo. Así que mis compañeros empezaron a bromear con que tenía un familiar famoso, ya que tenía el mismo apellido que yo.


-Entonces te llamas Ovidio Camps.


-Efectivamente, señora. Al principio reaccioné con buen humor a la broma, pero de repente fue como si un recuerdo remoto se hubiera reanimado en mi interior y me quemase como una brasa. Hice unas cuantas averiguaciones y descubrí que Elisendo Camps era mi tío. Lo mantuvo en secreto, pero fue él se hizo cargo de todos mis gastos, aún cuando era un escritor de poca monta.


-Vaya, vaya. Que callado que se lo tenía Elisendo.


-Por eso la llamo, porque necesito su ayuda.


-No te preocupes, Ovidio. Haré todo lo que esté en mis manos.


-Me quedo tranquilo, señora. Ya sé que lo hará.


Claudia colgó el teléfono. Estuvo varios minutos en silencio y quietud. Pensaba. Después de analizar cómo pudo cometer un olvido tan flagrante empezó a buscar la forma de dar con Elisendo.


A la mañana siguiente apareció en todas las portadas de los principales diarios la noticia de la desaparición desde hacía un año del célebre y premiado escritor Elisendo Camps. También los informativos y los programas de sociedad televisivos se hicieron eco de la noticia. Millones de correos electrónicos se cruzaron buscando información entre los usuarios de la red. Tan fuerte fue la presión mediática de la búsqueda que no le quedó más remedio al director del hotel dónde se hospedó Elisendo que llamar a Claudia.


-No está desaparecido, señora. Me dio órdenes expresas de que guardara su anonimato.


En menos de una hora Claudia estaba esperando delante de la puerta de la habitación. El director sacó la llave maestra y la abrió. Todo estaba en orden excepto una fina capa de polvo que lo cubría todo. Allí se encontraba el portátil. La libreta de anotaciones junto el bolígrafo. Su ropa. Todo menos el escritor. Un montón de folios bien apilados llamó la atención de Claudia. Se acercó sigilosamente para analizarlos. Era el manuscrito de la última novela. Sin que el director del hotel se diera cuenta lo introdujo en su bolso. Al cabo de poco tiempo abandonaron la habitación. Mientras el director volvía a cerrar la puerta con la llave se dirigió a Claudia.


-Es extraño. Él sigue pagando de manera puntual la cuenta de la habitación.


Claudia le dirigió una amable e hipócrita sonrisa.


-Ya sabe usted lo excéntricos que son los escritores. Ya verá que pronto dará señales de vida.


Pero pasaron los años y Elisendo no apareció. Una mañana mientras Claudia colgaba el chaquetón en la percha de su despacho decidió llamar a Ovidio Camps. Conversaron como lo hacían en los últimos años. Siempre en torno a la extraña desaparición del famoso escritor. Pero llegó un punto en el que Claudia añadió:


-Tengo el último manuscrito de tu tío. Hace tiempo que lo recuperé y me gustaría publicarlo, pero necesito tu consentimiento como único familiar reconocido.


Ovidio se frotó las manos mentalmente saboreando los futuros frutos de tan suculenta proposición.


-De acuerdo. Prepara los documentos.


El lanzamiento de la última novela de Elisendo Camps fue todo un éxito. Batió el record de ventas de toda la historia. Había un ejemplar en todos los rincones del planeta. Todos los medios de comunicación hablaban de él y volvió a ser un fenómeno social en Internet. Claudia y Ovidio nunca soñaron con la fortuna que obtuvieron. Pero seguía sin haber ni rastro de Elisendo. Empezaron a crearse rumores de que lo habían visto en Groenlandia o cazando mariposas en Sudáfrica. El paradero del escritor empezó a ser uno de los grandes misterios de la humanidad. El director del hotel no quiso dejar pasar la oportunidad. Sabía que tenía un filón por explotar con aquella habitación que misteriosamente continuaba pagándose. La causa era que la cuenta, en la que estaba domiciliado el pago, contenía tal cantidad dinero que podría cubrir hasta cien años de alquiler. El director del hotel consultó durante dos noches con la almohada y a la mañana siguiente envió a una asistenta a limpiar la habitación, rogándole, eso sí, que no tocara nada, que lo dejara todo como estaba. La rechoncha asistenta se limitó a asentir. Después se dirigió al cuarto de mantenimiento a buscar el carrito de la limpieza. Circulaba garbosa por el pasillo rumbo a la habitación. El único misterio que encerraba aquella habitación para los empleados del hotel, excepto el director, era que siempre permanecía cerrada. La mujer introdujo la llave y empujó la puerta para que esta ésta se abriera completamente. Así pudo divisar la habitación completa antes de entrar. Cuando entró en la pieza donde estaba la cama y la mesa con el portátil se le congeló la sangre y casi sufre un infarto. Los huesos de un cuerpo humano estaban esparcidos. Una pierna por un lado, un brazo por el otro; el cráneo debajo de la mesa. Los restos de Elisendo habían reaparecido igual que su éxito.


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