UN EMPLEO

Caminaba despistado por la calle. Tanto que todavía hoy no puedo entender como acabé en la recepción de aquel hotel. Una mujer de generosas curvas me dedicó una agradable sonrisa tras el mostrador.



-Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?


-Buenos días. Vengo por lo del empleo.


El semblante de la mujer cambió y dirigió su mirada a la parte de abajo del mostrador. Movía las manos, pero yo no podía ver qué es lo que estaba haciendo. Unos segundos después me alargó un papel del tamaño de un folio.


-Aquí tiene una solicitud. La puede rellenar ahora o cuando le vaya bien.


-¿No hay nadie con quien poder hablar, un encargado o algo así?-dije mientras recogía la solicitud de la manos de la mujer.


-No funciona así. Rellénela y ya le llamaran-. Dijo muy amable. Entonces me di cuenta de cuan bella era y por qué le habían dado aquel puesto. Aunque le costara sonreírme con la misma facilidad que lo haría con cliente.


-Es que el trabajo me hace falta ahora y me gustaría ahorrar tiempo en trámites.


-Ya le entiendo, señor, pero yo no puedo hacer nada.


De repente me dejó de lado y se puso a teclear y a mirar la pantalla del ordenador como si estuviera buscando algo. Una mirada de soslayo se le escapó hacia las escaleras. Nada más ver a la anciana que bajaba por ellas entendí el temor de la recepcionista que entre dientes dejó escapar un tímido: es la jefa.


Venía hacia a mí y una sensación extraña fluyo por mi cuerpo. Era como si yo fuera un pequeño ratoncillo de campo apunto de ser atacado por una víbora letal.


-¿En qué puedo servirle?, porque veo que ésta no le es de gran ayuda.


-Venía a buscar un empleo-. Dijo enseguida la recepcionista.


-¡Cállate! Le estoy preguntando al caballero-. La jefa me miraba fijamente y yo a ella. Era una extraña mujer delgada como un palo. Su cabeza la adornaba un moño en el que se podía apreciar un exceso de laca. Sus ojos inquisidores no dejaban de estudiarme y una remota sonrisa brotaba de sus labios.


-Buenas. Venía por lo del empleo.


-¿Qué empleo? Que yo sepa no he puesto ningún anuncio.


-Tiene razón, pero al pasar por aquí delante me he dicho: Entra, quizás haya algo para ti.


-¿Y ha rellenado la solicitud?


-Eso es lo que le he dicho, señora.


-¡Qué te calles! Nadie te ha preguntado nada-. la recepcionista volvió a hundir la cabeza en el teclado.


-Verá señora-, continué -ando un poco escaso de tiempo y me gusta ir al grano. Si tiene un empleo, bien. Si no pues a otra cosa.


-¿Y cómo puede ser que no tenga tiempo?


-Bueno, para serle sincero, creo que eso no le importa. Son más bien cosas mías.


-Sí, tiene razón-. Los ojos de la jefa se encendieron como brasas. Me di cuenta que no estaba acostumbrada a que la pusieran en su sitio.


-¿Qué sabe hacer?


-De todo un poco. Pero lo que mejor se me da son las relaciones públicas.


-¿Tiene conocimientos administrativos?


- Vaya que sí. A decir verdad fui un par de años al instituto. No es que aprendiera mucho, pero sí que lo hice a la hora de administrar la paga semanal que me daban mis padres. Sepa usted que era de los que más ahorraba.


Aquella mujer con cuerpo de palo me miraba sorprendida, pero es que en realidad no sabía que decirle y una peligrosa verborrea estaba empezando a apoderarse de mí.


-¿Alguna experiencia en mantenimiento?


-Mire, sabe qué, deje que rellene la solicitud-. Intenté salir al paso antes de soltar otra parrafada.


-No hace falta. Tengo el trabajo perfecto para usted.


-No me diga-. Sólo me faltó emocionarme.


-Si quiere puede empezar mañana.


-De acuerdo. Hasta mañana entonces.


Cuando cruce la puerta para salir a la calle tenía muy claro que no volvería a cruzarla para entrar.


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