DOS CARRETAS

Aquella mañana soleada Joaquín esperaba en doble fila a que Marcelo saliera de la clínica. Cauteloso, observaba por el retrovisor por si aparecía el guardia urbano. Era imposible aparcar y, como era por poco tiempo, dejó el coche cerca de la puerta. La fachada de mármol blanco le daba un toque majestuoso a la clínica. Con sus veinte plantas ascendía verticalmente como si quisiera herir al cielo. Joaquín, sentado frente al volante no podía ver todo lo alto que era el edificio. Desde su asiento observaba el ir y venir de los pacientes y personal sanitario a través de aquellas inmaculadas puertas giratorias. También se entretuvo viendo la frenética labor de los aparcacoches. Estos se encargaban de los clientes que podían permitirse este servicio. A pleno mediodía aquel edificio parecía más un hotel de lujo que una clínica.



Marcelo apareció a través de las puertas y se dirigió corriendo hacia el coche. Llevaba en la mano el prospecto informativo que había ido a buscar. Subió sonriente y se calzó el cinturón de seguridad. Joaquín arrancó el coche y apretó el botón que desactivaba los cuatro intermitentes. Desaparecieron de allí como un suspiro.


-Ya tengo toda la información.


-¿Toda?


-Toda, Joaquín.


Marcelo apretó aquel papel contra su pecho y sonrió ilusionado.


-Y tú estás seguro de hacerlo, ¿no?


-Completamente, Joaquín.


Entraron en la autopista y se mezclaron en aquel mar multicolor de coches convirtiéndose en una insignificante gota. En menos de una hora llegaron al barrio y se despidieron, no sin antes estrecharse las manos.






El acceso al callejón estaba cortado. Marcelo levantó la cinta que delimitaba el perímetro de la zona del crimen para que Sandra pasara por debajo sin romper la frágil franja de plástico. Un policía uniformado se acercó corriendo hacia ellos. Movía los brazos con violentos aspavientos. Sandra miró a Marcelo y sonrió. El policía aún se malhumoró más al ver la reacción de la mujer y su mano ya rozaba el arma. Sin decir nada, Marcelo introdujo una mano dentro de su chaqueta. Con la otra le rogaba tranquilidad al policía que empezaba a estar descontrolado. Con lentitud, pero con firmeza, Marcelo extrajo la cartera y enseñó la acreditación de detective de la policía. Posteriormente lo hizo Sandra. El policía uniformado sonrió relajado y les invitó a que continuaran su camino.


En el fondo del callejón estaba tirado, sobre unas bolsas de basura, el cadáver de una mujer. Un grupo de agentes merodeaba por los alrededores más inmediatos en busca de pruebas. Marcelo y Sandra saludaron al llegar y se pusieron manos a la obra. Su trabajo se limitaba a observar como trabajaban los demás y luego redactar un informe que pasaría a ser, de forma automática, oficial. Al cabo de diez minutos de estar allí de pie se sentaron en el capó de un coche.


-Ayer fui a la clínica.


-¿Sólo?


-No, me acompañó Joaquín.


Un nubarrón cubrió el rostro de Sandra. A pesar de los siete años de relación con Marcelo, seguía teniendo celos de Joaquín.


-¿Por qué no me dijiste que te acompañara?


-Sandra, estabas de servicio.


-Mejor excusa para hacerlo.


Un rotundo silencio se instaló en ellos. Parecían introducidos en una burbuja hermética que los aislaba de los hechos que sucedían en el exterior.


-Acompáñame pasado mañana, si quieres.


-No puedo, tengo servicio.


-Bueno, le diré a Joaquín que lo haga.


Sandra se giró hacia a él con tanta brusquedad que casi se rompe el cuello. Aquellos ojos felinos irradiaban furia, contenida a su pesar.


-No te enfades, Sandra. Sabes que esto lo hago por los dos.


Un policía cargado de papeles apareció ante ellos. Eran todos los apuntes de información recalada en el escenario del crimen. Extendió los brazos para que los detectives los recogieran. Marcelo y Sandra se lo agradecieron con una amable sonrisa. El policía les devolvió un ademán de despedida, aunque en su cara se podía leer la disconformidad y frustración que aquello le causaba. Los detectives abandonaron la escena del crimen con el trabajo realizado, bajo el brazo.






La sala estaba bien iluminada por una gran cantidad de tubos fluorescentes colocados en el techo en una perfecta simetría. Igual que las mesas; guardaban la misma distancia unas con otras, hasta un total de sesenta y cinco. Cada mesa pertenecía a un detective y sobre ella había un teclado, un monitor y una impresora. Era la sección de los detectives escritores. Allí trabajaban Marcelo y Sandra, entre otros. Se dedicaban a redactar el informe del delito aunando las notas que los policías de campo les adjuntaban. La tarea del detective escritor era darle fundamento al crimen cometido y así poder tener una línea clara de investigación. Marcelo escribía sobre aquella mujer muerta en el callejón como si fuera una boxeadora asesinada por su novia, una culturista famosa, a causa de los celos que tenía de su entrenador, del cuál supuso que mantenía un idilio en secreto con la boxeadora. Marcelo notó que la historia se le iba de madre y paró de escribir. Levantó la cabeza y vio a Sandra unas mesas más abajo, enfrascada en su trabajo. Intentó imaginar por qué derroteros avanzaría su informe, pero tampoco le preocupaba mucho. Tenía confianza en su historia sobre la boxeadora. A la hora señalada observó la llegada del inspector jefe. Entró en su despacho y cerró la puerta. Marcelo esperó un momento dándole margen para que se instalara. Después se levantó. Cuando estuvo delante de la puerta dio tres leves golpes anunciando su intención de entrar.


-Adelante.


-Buenos días, inspector.-Marcelo cerró la puerta tras de sí.


-Buenos días, ¿qué te trae por aquí, Marcelo?


-Necesito que me des un par de días libres.


-Sabes que es imposible. Tienes acumulados varios informes que deberían estar ya sobre mi mesa.


-Sí, tienes razón, pero es que me van a operar.


-Ostia, Marcelo, ¿algo grave?


-No, hombre, no. Si lo fuera, no creo que con un par de días se arreglara.


-Tienes razón y creo que no me vas a decir de que se trata.


-Ahora mismo no. Pero tranquilo, ya lo verás.


-Bueno, tómate los dos días libres, pero después tendrás que trabajar doce horas hasta que te pongas al día con los informes.


-Gracias, inspector. Gracias de todo corazón.


Al salir del despacho notó que la mirada de Sandra se le clavaba como un hierro caliente. El sonrió al verla. Ella daba muestras de impaciencia por saber lo ocurrido. Llevaban en secreto su relación en el ámbito del trabajo, pero, a veces, a ella le costaba contenerse.






Joaquín llevaba tres horas en la sala de espera. Ojeó todas las revistas. Después se decidió por una. Era una revista de contenido variado. El lugar era cómodo y agradable. Disponía de unas vistas desde la decimocuarta planta que dominaban toda la ciudad. Joaquín padecía de vértigo así que intentó asomarse lo menos posible, pero un grupo de acompañantes como él, permanecían agolpados ante las impolutas vidrieras disfrutando de la visión. Se levantó del confortable sillón y se dirigió a la máquina expendedora de bebidas. Le extrañó que para la categoría de la clínica solo se sirviera café. El resto de opciones se encontraban fuera de servicio. Se tomó un tercer café. Estaba prohibido fumar, cosa que le daba igual porque no fumaba. Volvió al sillón y colocó la revista en su regazo. Intentó concentrarse en la lectura, pero la vista se le iba por todas partes. El grupo de acompañantes había encontrado una puerta de salida que daba a la terraza exterior y todos salieron. Joaquín los observaba mientras el viento mecía sus cabellos. Miró su reloj y se sobresalto al ver que ya llevaba cuatro horas de espera. Justo en el mismo instante en que decidió levantarse para ir a buscar información sobre Marcelo, apareció el doctor. Vestía una inmaculada bata blanca y en su rostro poblaba una perenne sonrisa. Joaquín lo observó con atención.


-Buenas tardes, caballero. Es usted el acompañante de Marcelo, ¿verdad?


-Sí, señor.


-Buenas noticias. Todo ha resultado según lo previsto.


-Gracias a dios.


El doctor miró fijamente a Joaquín y le contestó en tono irónico:


-Digamos, gracias a mis manos.


-Sí, doctor. Digamos lo que usted quiera.-Joaquín no disimulaba su alegría al saber que todo había acabado bien.- ¿Puedo verlo?


-Por supuesto. Ya puede pasar a su habitación. La 204V, si no me equivoco.


-Muy bien. Gracias, doctor.-Y Joaquín le estrechó la mano con todo su afecto.






Marcelo despertó estirado en la cama de su habitación. Al abrir los ojos los fijó en la pantalla de plasma. Emitía unas imágenes relajantes, producidas por sus formas y colores. Estaba incluido en la terapia de curas para después de la operación. Notó la tersura de las sábanas y hundió la cabeza en la mullida almohada. Volvió a adormilarse. Cuando volvió a despertarse lo primero que vio fue la agradable sonrisa de Joaquín. Marcelo también sonrió.


-Buenos días, dormilón.


Marcelo intentó hablar, pero los efectos de la anestesia impedían la total soltura de su lengua. Emitió un balbuceó para devolverle el saludo a Joaquín. Sin darse cuenta volvió a dormirse. Esta vez estuvo unas cuatro horas sumido en un reconfortante sueño. Joaquín se sentó en el cómodo sillón que incorporaba la habitación y espero a su lado el despertar definitivo.


Llegó la noche y con ella Marcelo se reanimó. Distinguió la figura de Joaquín acurrucado en el sillón, se había quedado dormido. Marcelo apretó el interruptor para que se encendieran las luces. Una luz blanca inundó la habitación. Joaquín se sobresaltó ante aquel fogonazo imprevisto.


-¿Qué pasa, dormilón?


-Eso digo yo, Marcelo. ¿Cómo te encuentras?


-Bien.


Joaquín se acercó hacia él. Cuado estuvo cerca de la cama cogió la punta de la sábana con los dedos. Apoyó la otra mano en su cintura. Miró sonriente a Marcelo.


-¿Me las dejas ver?


-Claro.


Y Joaquín corrió la sábana despacio. Estaba impaciente por verlos, pero al mismo tiempo dudó en dejarlos al descubierto. Por fin aparecieron y Joaquín exclamó:


-¡Vaya tetas!


Un par de enormes senos sobresalían del pecho de Marcelo.


-¿Te gustan?


-Te las han dejado muy bien, ¿puedo tocarlas?


-Preferiría que no. Todavía me resiento de las cicatrices de la operación, pero pasado mañana te dejo tocarlas.


Una enfermera entró en la habitación. Traía la cena para Marcelo. Se quedó impresionada del buen trabajo del cirujano y sonrió.


-Que bonitas se las ha dejado.- luego se giró y se dirigió a Joaquín.-Debo informarle que el horario de visita ha finalizado y debería abandonar la habitación.


-No se preocupe, señorita. Enseguida me voy.


Y mientras Joaquín se despidió de Marcelo, la enfermera preparó la cena.






El hotel estaba en las afueras. Era un antro para este tipo de encuentros esporádicos. Gozaba de una reputación discreta y era limpio. El primero en entrar en la habitación fue Marcelo. Sandra llegó diez minutos más tarde. Nada más verse se besaron y ninguno pronunció palabra. Los dos cuerpos se fundieron en uno, tras un ardiente abrazo y cayeron desnudos sobre la cama. Hicieron el amor con la misma ambición que la primera vez. Una vez tras otra y sus cuerpos se cubrieron con un suave flujo de sudor. Después permanecieron de rodillas, uno en frente del otro, encima de la cama. Se miraban fijamente diciéndose cosas en silencio. Sandra levantó una mano y empezó a acariciar, con un tacto delicado, los senos de Marcelo. Él contuvo la risa que le provocaban las tenues caricias y enseguida se vio sumergido en una placentera sensación. Sandra acercó su boca y rozó un pezón que, al sentir el contacto húmedo de la lengua, endureció. Marcelo la abrazó con vigor y volvió a poseerla. Los últimos rayos de sol que se colaban por los agujeros de las persianas bajadas, abandonaron a los amantes y la habitación cayó en una relajante penumbra. Aquella noche la pasaron juntos en el hotel dando rienda suelta a sus pasiones. Por la mañana Sandra fue la primera en abandonar la habitación. Lo hicieron con la misma discreción que a la entrada. En menos de una hora se volverían a encontrar en el trabajo.






A partir de las diez de la mañana el silencio era absoluto en la sala. A esa hora todos los detectives escritores estaban concentrados en sus líneas de investigación. Sólo era perceptible el suave sonido de las letras del teclado. Marcelo continuaba con la historia de la boxeadora. Intentaba encontrar un vínculo claro que relacionara a la culturista como autora del asesinato. Mientras escribía notó que le apretaba el sujetador. Todavía no se había acostumbrado a aquella pieza interior. Intentó ajustarlo allí mismo, pero no pudo. Se levantó para ir al lavabo. En ese preciso instante apareció el inspector por la puerta. Al ver a Marcelo levantado su vista se dirigió hacia él.


-Hombre, Marcelo. Pasa a mi despacho.


-Voy en seguida.


Marcelo fue primero al lavabo a colocarse bien el sujetador. Después se mojó la cara y se dirigió al despacho del inspector. Llamó a la puerta y entró. El inspector nada más verlo se fijo en su abultado pecho.


-No me digas que de eso se trataba la operación.


-Pues sí.


El inspector se levantó y bajó las persianas para que nadie los observara desde el exterior. Extendió una mano hacia los senos de Marcelo que, por reflejo, dio una sonora palmada en la mano del inspector.


-¿Qué haces?


-¿Qué quieres, tocarme las tetas?


-Enséñamelas, al menos.


-¡Venga ya!


-Te recuerdo que soy tu jefe.


-No me hagas reír.


-Enséñamelas, hombre.


Marcelo accedió, pero sólo a mostrarle el canalillo.


-Ya tienes bastante.


-Déjame tocarlas y te perdono lo de trabajar doce horas.


-Pero que pesado que eres inspector.


Marcelo dejó que las sobara un poco por encima de la ropa. Luego lo detuvo y volvió a abrocharse la camisa.


-Pásate mañana otra vez por aquí, Marcelo.


-Vete a paseo.


Cuando Marcelo salió de la oficina no quiso ni mirar la cara de Sandra, que esperaba atentamente su salida. Pasó cabizbajo por delante de ella y se dirigió a su mesa, pero aquella mañana ya no pudo volver a escribir.






Joaquín había conseguido un apartamento en la parte alta de la ciudad, gracias a su próspera empresa de aislamientos para el hogar. Aquel domingo sabía que Sandra trabajaba y por eso invitó a Marcelo, a comer una paella. Sonó el timbre del portero automático de la puerta de entrada del jardín. Joaquín observó con cautela por la pequeña pantalla y accionó el dispositivo para abrir la verja. La casa, de una planta, poseía una gran extensión de jardín muy bien cuidado. El camino lo atravesaba hasta la casa. Allí había una amplia explanada para aparcar los coches. Marcelo ya lo conocía y subió sin dilación. Joaquín lo esperaba en la puerta principal de la casa con los brazos abiertos. Aquella mañana dominical hacía calor. Por eso Joaquín sólo vestía con unos pantalones piratas y unas desgastadas sandalias. Los dos hombres entrechocaron las manos cuando se encontraron. Joaquín ofreció algo de beber a Marcelo. Una vez dentro de la casa se dirigieron a la cocina para preparar la comida. Tenían buena práctica en ello ya que organizaban paellas muy a menudo. Una vez el arroz en reposo y apunto para comerlo, Marcelo se quitó la camiseta. Llevaba la parte de arriba de un bikini de color rosa que hacía juego con sus bronceados pechos. A Joaquín le hizo gracia ver a su amigo con esa prenda de vestir y empezó a reír de forma natural. Marcelo se contagió y los dos acabaron con un ataque de risa. Al cabo de unos minutos todo volvió a la normalidad y se abalanzaron sobre la paella.


Una botella vacía de vino blanco reinaba sobre la mesa. Retiraron los platos y tomaron café.


-Te juro que me las quito.- dijo tajante Marcelo.


-¿Por qué? Te quedan muy bien.


-Sólo me están trayendo problemas y Sandra cada día está más celosa.


-No me extraña. Las quiere sólo para ella.


-Es que para ella me las puse y no acaba de entenderlo. Los celos se la comen.


-Pues ten cuidado. Sin saberlo puede ser muy peligrosa.


-Eso es lo que temo, que haga alguna tontería.


Permanecieron en silencio mientras saboreaban el café. Entonces Marcelo captó una mirada furtiva sobre sus pechos.


-¿Qué miras?-dijo mientras se los tapaba con el brazo.


-Es que son tan bonitas.-y Joaquín empezó a reír. Marcelo lo imitó sin saber si lo dijo en serio. La tarde pasó placida y antes de que sol se sumergiera por completo en el horizonte los dos amigos se despidieron.






Marcelo esperó a Sandra en la puerta del restaurante. Esta vez no hicieron que el encuentro fuera intrigante ya que decidieron hacer pública su relación. Los años en que trataron de esconderla pesaban y en el fondo se dieron cuenta que no merecía la pena tanto secretismo. El verano había llegado a su ecuador y las noches eran cálidas. Marcelo se puso una elegante camiseta de tirantes para la ocasión. Algunos transeúntes que pasaron junto él no pudieron evitar mirarlo. Era chocante ver a un hombre vestido de cintura para arriba como una mujer. Por fin llegó Sandra, con diez minutos de retraso. Estaba esplendida con aquel vestido corto de noche. Marcelo la observó y se dio cuenta de que cada día la encontraba más hermosa. Él le ofreció su brazo y ella lo tomó sintiéndose protegida por el hombre al que amaba. Entraron al restaurante. Un recepcionista vestido con un impecable frac les esperaba tras un atril. El hombre repasó el libro de reservas y los acompañó amablemente hasta la mesa. Enseguida llegaron dos camareros que separaron las sillas. Cuando Marcelo y Sandra se sentaron los camareros se despidieron sonrientes. El comedor estaba completo, aún así el ambiente era silencioso, acompañado de una luz pobre para garantizar la intimidad de los comensales. Marcelo estiró su mano sobre la mesa y Sandra enseguida la agarró. Se acariciaban sin apartar ni un segundo sus miradas. Entonces él buscó algo en sus pantalones. Sacó un pequeño bulto envuelto en papel de regalo. Ella reaccionó abriendo los ojos. Lo cogió y al abrirlo se emocionó. Era un anillo de compromiso. Acercaron sus cabezas y se besaron durante casi un minuto. Después Sandra sin decir nada también sacó un regalo. Era un paquete rectangular envuelto en papel negro y un lazo dorado. Marcelo lo abrió entusiasmado. Cuando descubrió lo que era también se emocionó. Era un sujetador de lencería sexy, con unos bordados preciosos. Le prometió que después de la cena se los pondría.


A pesar del tamaño de los platos, su contenido era minúsculo. Aún así aquel restaurante gozaba de una gran reputación culinaria y era el sitio preferido por los amantes de la ciudad, para celebrar las grandes ocasiones. Marcelo intentó hacer malabarismos para evitar sacar el tema, pero al final no se contuvo.


-La verdad, no entiendo lo de Joaquín.


-Ya estamos.


-Pero Sandra, por muchas vueltas que le doy no encuentro el motivo para que desaparezca sin más.


-Ya lo has visto en nuestro trabajo. La gente desaparece sin más. Mira nuestro inspector, sin ir más lejos.


-También he pensado en ello.


-No sé. He intentado escribir una línea de investigación y no me aclaro.


-Pero, ¿te la han encargado?


-No. Sólo quiero entenderlo.


Permanecieron en silencio mientras el camarero les retiraba los inmensos platos de porcelana. A Sandra se puso un poco nerviosa cuando se enteró de que Marcelo estaba escribiendo una línea de investigación.


-Marcelo, ¿por qué no nos vamos de viaje? Podríamos ir a París. Te ayudaría a olvidar este asunto.


-Estaría bien.-Marcelo contestó de forma mecánica, ni siquiera pensó sobre la idea de viajar. Estuvo un momento en estado dubitativo. De repente miró fijamente a Sandra.-Oye, ¿dónde estabas tú cuando desaparecieron?


Sandra en ese momento estaba bebiendo un poco de vino de la copa y se atragantó. Intentó aparentar la máxima normalidad posible.


-Estaba de servicio.-Por un momento daba la impresión como si fuera un ratoncillo a punto de ser atrapado. Entonces abalanzó su cuerpo sobre la mesa. Estiró los brazos y empezó a acariciar, dibujando círculos, los pezones de Marcelo con el dedo índice de cada mano. Su semblante cambió a un rostro amenazante. La dureza brotaba de sus ojos.-Mira, Marcelo, esos pechos son míos. Y lo serán aunque tenga que llevarme por delante a quien sea. Son míos, ¿entiendes? Y ni tú ni nadie se interpondrá entre ellos y yo. Así que tú decides.


Marcelo era un bloque de piedra sentado en una silla.


-Sandra, creo que sería mejor ir a Roma que a París, ¿no crees?


-Sí, cariño. Creo que lo vas entendiendo.


El amanecer les sorprendió haciendo el amor de manera apasionada en la habitación de un hotel.


1 comentario:

Carlos Gamissans dijo...

Ayer me llegó el libro de relatos que nos ha publicado Kit-Book, y el tuyo me ha gustado bastante. En cuanto tenga tiempo leeré los otros que tienes por aquí. Ánimo con el blog.

Saludos

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