EL CASO JENKINS

Cuando entré en aquel oscuro establecimiento nunca imaginé la historia que Jenkins se preparaba para contar. Pedí dos cañas que el camarero sirvió espumeantes. Jenkins seguía dando rodeos antes de empezar. No lo hizo hasta repetir el ritual de pedir varias rondas más que, cómo no, corrían a mi cuenta. Jenkins más bien balbuceaba a causa del efecto del alcohol, pero sus palabras aún sonaban inteligibles.
El motivo de mi visita a Jenkins fue el ultimátum lanzado por el director de la revista de prensa local para la que trabajaba. Si no le conseguía alguna historia decente para su publicación ya podía ir haciendome las maletas. Por eso pensé que la que me ofrecía Jenkins podría evitarlo.
Mi paciencia estaba al límite, pero accedía a pedir dos cervezas más. Después de engullirlas el rubicundo Jenkins me miró fijamente. Tenía la cabeza enorme. Cerró los ojos concentrándose en la historia que yo deseaba que empezara a contar:“Todo sucedió de golpe, mi buen amigo. Una cosa curiosa. Por la noche Jack Stroels se acostó sin notar ningún síntoma extraño. Enseguida concilió el sueño y pasó una plácida noche. Pero al despertar fue cuando notó el cambio. Al principio dudó al observar aquella transformación. Poco a poco fue bajando la mano temeroso de su reciente descubrimiento. Palpó y notó que no había signos de nada traumático. Se relajó y miró tumbado hacia el techo. Una turba de pensamientos se apoderó de su razón. Sonrió. Era el primer de su vida con veinte centímetros más de pene.”

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