DESPERTAR

Aquella mañana  desperté con resaca. Con mucha resaca. Me dolía la cabeza, el estomágo, los gemelos. En fín, me dolía todo el cuerpo. Me dirigí, con lo ojos cerrados y apretándome la sien, hacia el lavabo. Me senté sobre la taza y evacué. Me puse de pie para limpiarme y observe mis heces. Cuál fue mi sorpresa cuando vi a un hombre diminuto que intentaba escapar de ellas. Se dirgió a mí.
-¡Eh!-, dijo el hombrecillo.
-¿De dónde has salido?-, pregunté extrañado.
-De tu cuerpo-, contestó convencido.
Sin dudarlo apreté el botón de la cisterna. Observé impasible como desaparecía por el tubo del desagüe. Me dí la vuelta. Una vez en la cocina busqué algún trago peregrino que me ayudara a empezar el día. 

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