EL ANÁLISIS

El otro día ya no tuve más remedio que ir al hospital para realizarme un análisis de sangre. Mi nuevo trabajo me lo exigía. Después de esperar una hora en la cola de admisiones mi turno llegó  y seguí las instrucciones de la recepcionista que a aquellas horas de la tarde rebosaba simpatía pues ya se acercaba la hora de irse a casa. Me senté en un extrecho pasillo junto a otros pacientes que más que esperando parecían desesperados. Perdí la noción del tiempo cuando la joven practicante pronunció mi nombre escondiendo la mitad de su cuerpo tras el marco de la puerta. Me dijo siéntese aquí y dejé caer mi fofo culo sobre el raído recubrimiento de la silla. Me subió la manga izquierda y observó mi brazo y lo estranguló con la ancha goma. A pesar de su juventud derrochaba experiencia, pero no encontraba la vena donde pinchar. ¿Cómo tiene las venas?, preguntó contestándose ella misma mal. Entonces le contesté A mí me funcionan bien. Me miró de reojo sin captar el chiste, pero al introducir la aguja no me hizo ningún daño.

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